Historia
El siguiente artículo fue publicado en el diario Zacatecas en Imagen, por Gustavo Dévora, cronista de Fresnillo, Zacatecas, el 7 de junio de 2014.
En el marco de la conmemoración del Centenario de la Batalla de Zacatecas, invitamos a José Alberto Galindo Galindo, cronista de Zaragoza, Coahuila, a que nos exhibiera un interesante documental sobre la vida de La Adelita, que compartimos con nuestros lectores.
La heroína revolucionaria vio la primera luz en Ciudad Juárez, Chihuahua, el 8 de septiembre de 1900, en el seno de una familia acomodada.
Se llamaba Adela Velarde Pérez y sobresalió desde pequeña por su hermosura, no solamente física, sino por su alegría contagiosa, su generosidad, su permanente inquietud y curiosidad.
Heredó el férreo carácter de su abuelo, el general Rafael Velarde, distinguido patriota, decidido partidario e íntimo amigo de Benito Juárez, a quien protegió en su casa durante su Presidencia itinerante.
La Decisión
A los 13 años, en contra de la voluntad de sus padres, Adela renuncia a la cómoda vida del hogar y se fuga para enlistarse y servir en la Revolución, lo que jamás le perdonaron.
Leonor Villegas de Magnón, originaria de Matamoros, Tamaulipas, organizó a principios de 1913 un grupo de enfermeras voluntarias que se convertiría en la llamada Cruz Blanca Neutral, para atender a los heridos del Ejército Constitucionalista.
El 7 de febrero de 1913, en un hospital de sangre de Chihuahua, se le presentó una jovencita muy bella que le manifestó su deseo de laborar en sus filas; de inmediato la incorporó a las tropas del coronel Breceda.
Pronto se adaptó a sus obligaciones, espigada, con su figura grácil, noble, decidida, que cautivó a los combatientes. Ahí conoció al que sería el amor de su vida, un sargento de nombre Antonio Gil del Río Armenta, militante de las fuerzas de Francisco Villa, que la visitaba todas las noches y le llevaba serenata al tren del Servicio Médico, cantándole una pieza que había compuesto en su honor y en cuyo texto declaraba su adoración por Adelita.
Con el fin de permanecer en todo momento junto a su amada, solicitó licencia para separarse del ejército y trabajar como camillero en la Cruz Blanca Neutral, lo que le fue concedido.
Tiempo más tarde, Adelita presentó a Antonio con su jefa Leonor Villegas, anunciándole que pronto se casaría. Nunca se imaginaron los amantes que la boda nunca se lograría por azares del destino.
Antonio acompañó a Adelita durante los relampagueantes y repetidos triunfos del Centauro del Norte en 1913 y 1914, hasta que en Gómez Palacio, en la batalla de Torreón, resultó herido gravemente por la metralla federal y perdió la vida en brazos de su amada. Segundos antes de morir, él le reiteró su veneración.
En ese breve lapso, el sargento Antonio del Río Armenta le escribió la canción más sentida, la única que compuso, que resultó la más conocida de México y que trascendió fronteras.
Fiel al deber, a pesar del intenso dolor que le causó la muerte de su amado, Adelita continuó desempeñando su apostolado hasta la Batalla de Zacatecas, después dejó de pertenecer formalmente al ejército y se dirigió con dificultad a la ciudad de México.
Laboró muchos años como mecanógrafa en la Administración 1 de Correos en la capital del país, con modestia, rodeada de recuerdos, en soledad y sin apoyo formal del ejército, al cual sirvió con devoción y sacrificio.
Procreó un hijo de Antonio, que también perdió la vida joven, como piloto aviador en la Segunda Guerra Mundial.
De la corta vida del sargento Antonio del Río Armenta casi nada se conoce. Se sabe que nació en la comunidad rural de Plateros, Fresnillo, alrededor de 1892.
Que era alto, delgado, de ojos claros azules y tristes; sensitivo, de carácter alegre y al mismo tiempo tímido.
Vino al mundo en un tiempo en el que se extraviaron los libros de registro de los nacimientos, época que se considera como la más oscura de la genealogía mexicana.
Símbolo sinigual
A su tierna edad, Adelita se convierte en un símbolo de la mujer como no existe otro en el mundo, no como guerrillera, con cananas y armas, sino con el albo ropaje de la enfermera.
Su silueta blanca y femenina surge en los campos de batalla de la División del Norte, una mañana de 1913 y noches más tarde aparece La Adelita, en el marco musical que la convierte en el himno que adoptaron los revolucionarios para soportar sus deberes y recordar sus quereres, que se mantiene vigente hasta el día de hoy y que es conocida, apreciada y ejemplo en muchos otros países del mundo.
El 22 de febrero de 1941, la Secretaría de la Defensa Nacional otorga a Adelita la Condecoración al Mérito Revolucionario por servicios prestados del 20 de febrero de 1913 al 15 de agosto de 1914.
A solicitud expresa, el 8 de diciembre de 1961, el Honorable Congreso de la Unión concede a la señora Adela Velarde Pérez pensión vitalicia como veterana de la Revolución por 750 pesos mensuales, mientras la interesada conserve su actual estado civil.
El coronel Alfredo Villegas, al que se refieren las estrofas del corrido, “además de ser valiente era bonita y hasta el mismo coronel la respetaba”, era 10 años mayor que Adelita, a quien admiraba.
Se retiró del ejército, contrajo nupcias y vivió en Del Río, Texas.
En 1962 falleció su esposa y como no había olvidado a Adelita, tiempo después le encargó a su amigo Melchor Cárdenas, policía judicial del Distrito Federal, que la localizara, pues sabía que residía en la ciudad de México. La misión fue fácil de cumplir.
Meses más tarde, se trasladó a su casa, le manifestó que siempre la había tenido en mente y que deseaba casarse con ella. Adelita aceptó y contrajeron nupcias en 1965.
Adelita vivió felizmente su primer y único matrimonio durante seis años, hasta su fallecimiento en Del Río, Texas, el 4 de septiembre de 1971, cuatro días antes de cumplir los 71 años.
El origen de la atractiva melodía y su texto continúa creando en la polémica. Algunos autores señalan que proviene de Oaxaca, de Chiapas, de Campeche o de Yucatán.
Ometepec, Guerrero, se atribuye su autoría desde 1892. El músico Juan Reyes la escuchó en Culiacán, la escribió y la arregló para ser tocada por la banda militar que dirigía.
En Tampico, el joven capitán Elías Cortázar Ramírez la da a conocer al ejecutarla en su armónica, con el matiz triste que muchos imitan posteriormente. Adelita vivió siempre con su canción hasta que su fatigado corazón cesó su latir, recordando a su sargento.
De manera resumida esta es la verdadera historia de la Adelita, debidamente sustentada por un acucioso investigador como el coahuilense José Alberto Galindo Galindo, que ha publicado un libro titulado Un Cielo de Metrallas, que incluye fotografías, recortes periodísticos, documentos, bibliografía y testimonios personales que avalan la realidad de los hechos.
Queda mucho por investigar, en especial sobre Antonio Gil del Río Armenta, tarea a la que nos sumaremos con el autor, cuyos resultados se registrarán en la segunda edición del mencionado libro.